Me avisan por teléfono y se corta la luz. Todavía algo se ve porque son casi las siete de la tarde. Me voy de la charla y contesto monosílabos hasta que corto. Me quedo sentado en el living sordo, quieto. Estoy en la silla que tiene acolchado amarillo y rechina. Pienso en cómo pestañeo, pienso unos mates, pienso dejar de hacer lo que venía haciendo, y no hago nada. Estoy quieto y en silencio. Recién empieza.
Me meto en la pieza y me apoyo en el suelo, ya en la oscuridad se sienten más los títeres. No se muestran, hacen ruido. Es el origen de la tristeza y no me refiero a la muerte de un amigo durante la infancia. Es la muerte ahora, hoy que me levanté con poca luz, dolor de mi hombro izquierdo por la humedad y ni una canción. Es la muerte hoy.
Desde el suelo tengo una ventana de frente y bibliotecas a mi espalda. Hay olor a pollo quemado y el piso de parquet tiene hojas secas. En silencio meto mi pie derecho en una pantufla marrón y la saco. Vuelvo a repetir la acción hasta que me empieza a transpirar el pie y dejo de hacerlo. Cuando las cosas dejan de moverse siento estar solo, desabrazado. Sin querer tiro una pila de cajas azules con mi brazo derecho y veo cómo se van desparramando unos diarios, no las ordeno y pienso que podría haberlas tirado de un piñón, al menos serviría de algo, pero las cajas se cayeron por accidente, y eso es todo lo que pasó en ese momento.
Las garrapatas se meten por la ventana, algunas explotan de tan comidas; dejan manchas en la cortina azul. Varias me rodean por el lado donde está la cama y otras se vienen por la izquierda, donde un placard roza la pared húmeda. Se acomodan con sus cosas y retratan imágenes en movimiento y otras que deben revelar. Unas pocas que no veo llegan hasta mis extremos, me pican y dejan en mi cuerpo ronchas entre moradas y verdes.
Una nube de humo parece meterse desde afuera y en realidad es el pollo que ya no sirve. Tengo un papel en la mano lleno de tierra, con un número que no conozco. Puedo marcarlo en el celular y terminar de sacarme la duda pero no lo hago. No entiendo de dónde salen las hormigas, me pongo a buscar algunos pequeños hormigueros y no encuentro nada; salvo el de la entrada, pero ese hace rato que está y no molesta, respeta los horarios. Y Fabián que todavía no escribió, que tampoco me escribe.
Me siento olor a chivo y tengo la frente latosa. Mi vieja fue la que me avisó: se quedó callada dos segundos en el teléfono y luego lo dijo, con algo de temor, como dándose cuenta de la mierda. No sé por dónde va a salir pero ahora estoy solo y hay silencio, respeto, palabras que nunca hubieran aparecido, ni hablar de sus títeres metafóricos, inentendibles. Trato de levantar una biblioteca y ni la muevo, me quedo mirándola. Hay un sueño, un hombre de luz, espero, me espera, nos despedimos, nos prometemos vuelta, lo quiero, “se lo va a extrañar” dice la postal de una de las garrapatas, te dejo mis cosas se atreve a consolarme, me dice hasta siempre, le digo hasta pronto.
Cuando caigo ya estoy en la calle hecha barro. Inútil. Idiota. Con las manos mojadas, el cuerpo. Y unos changos que pasan, comentan:
—Se viene con todo, hasta en el barrio lloverá.
Dedicado a Luis Alberto Spinetta.
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